Si un paseante va por Sevilla y ve una bici blanca encadenada a una valla o a un árbol y junto a ella un pequeño cartel, quizá no repare en ella. O no le dé mayor importancia. Pensará que su dueño es un celoso de la propiedad que ha tomado todas las precauciones posibles para que no se la roben. La realidad es bien distinta. Sevilla se está sumando a un movimiento activo en otras grandes ciudades del mundo que trata de denunciar con estas bicicletas fantasma las muertes de ciclistas en las que se han visto involucrados vehículos de motor.
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